Carta d’Alfons Cervera a la ministra de Cultura
Ángeles González Sinde
Ministra de Cultura
Gobierno de España
Los sitios no son los sitios sino la gente que allí vive, la que vivió antes, la que seguramente -si la dejan- seguirá viviendo allí hasta que se muera. Lo decía ese escritor magnífico que es Julio Ramón Ribeyro: las casas sólo son casas cuando alguien las habita. En la ciudad de Valencia hay uno de esos sitios magníficos, habitados por lo humano, por la memoria de lo humano, por las huellas que se han ido quedando por sus calles de sus antepasados. Es el Cabanyal. Los Poblados Marítimos. Ese reguero de casas y de calles juntas. El trazado sentimental de tantas y tantas generaciones. Sus vidas, ni más ni menos, señora Ministra. Ni más ni menos que sus vidas.Ángeles González Sinde
Ministra de Cultura
Gobierno de España
Los sitios no son los sitios sino la gente que allí vive, la que vivió antes, la que seguramente -si la dejan- seguirá viviendo allí hasta que se muera. Lo decía ese escritor magnífico que es Julio Ramón Ribeyro: las casas sólo son casas cuando alguien las habita. En la ciudad de Valencia hay uno de esos sitios magníficos, habitados por lo humano, por la memoria de lo humano, por las huellas que se han ido quedando por sus calles de sus antepasados. Es el Cabanyal. Los Poblados Marítimos. Ese reguero de casas y de calles juntas. El trazado sentimental de tantas y tantas generaciones. Sus vidas, ni más ni menos, señora Ministra. Ni más ni menos que sus vidas.
Desde hace unos años, el ayuntamiento de Valencia, con su máxima responsable, la alcaldesa Rita Barberá, a la cabeza, se empeña en derribar una buena parte de aquel trazado, sencillamente para lograr lo que entiendo -lo que mucha gente entiende- como una solemne inutilidad: prolongar la Avenida Blasco Ibáñez hasta el mar. Al mar se puede llegar como siempre, por mil caminos: más incluso -le diría yo, a usted- que los que podemos encontrar para llegar a Roma. Sin embargo, a ese equipo de gobierno municipal sólo le interesa ése. Y le importa poco -nada- que en ese esperpéntico proyecto se contemple la destrucción de muchos edificios modernistas (tenga usted en cuenta que el Cabanyal fue declarado en su día Bien de Interés Cultural). Y lo que es peor: que se contemple la destrucción por las excavadoras del tiempo vivido y por vivir a que tienen pleno derecho sus habitantes. Porque el tiempo es lo que somos, querida Ministra, y no lo que nadie nos obligue a ser.
Sacar del barrio a sus gentes de siempre es un añadido -si no la parte principal- del expolio a que quieren condenar al Cabanyal y a su vecindario los planes del ayuntamiento sobre el barrio. Hace unas semanas, tuvimos, quienes seguimos de cerca el proceso, una hermosa sorpresa: el Tribunal Supremo, atendiendo a los múltiples recursos presentados por la Asociación Salvem el Cabanyal, decía que tocaba al Ministerio de Cultura del Gobierno de España decir la última palabra. Esa última palabra era muy sencilla: que el Ministerio que usted preside estudie los informes que existen sobre el conflicto y responda sobre si el plan de intervención del ayuntamiento de Valencia supone un expolio humano y patrimonial para el barrio. Así de sencillo.
La vida -ya se sabe- es estar siempre eligiendo entre un camino, otro y los otros mil que nos salgan al paso. A nosotros nos toca seguir en el tajo de la resistencia para lograr que no se destruyan los cimientos urbanos y sentimentales de un sitio irrepetible en la vida ciudadana. A ustedes, desde el Ministerio de Cultura, estudiar lo que sea necesario acerca del asunto para decidir lo mejor, lo que esté más en consonancia con lo justo y con aquello que podemos tranquilamente llamar dignidad de unas gentes, de una lucha interminable, de unas ideas que hacen grande a quien las utiliza como motor de su propia historia y la de su comunidad de pertenencia.
No hablo por hablar. Como escritor y periodista, como habitante de su hoy y próximo a su historia, me acerqué muchas veces al Cabanyal. Estuve ahí, en ese trazado inmenso, inacabable, de casas y de calles, y decidí que ahí continuaría mientras las excavadoras pretendan hacer de las suyas a las órdenes de un gobierno municipal que suplanta la vida de un barrio por la especulación inmobiliaria. No me invento nada cuando hablo de esa especulación: las hemerotecas guardan una buena muestra de cómo se han utilizado medios mafiosos para que una parte del vecindario abandonara sus casas.
Por eso espero que el Ministerio de Cultura aporte la palabra necesaria para detener el expolio del Cabanyal. Una palabra sólo. Sencilla. Esa palabra que salve al barrio de las excavadoras, que les diga a sus gentes que pueden seguir viviendo donde siempre vivieron, que asegure el tiempo de memoria imprescindible que sirva de referencia a quienes vendrán al Cabanyal de ahora en adelante.
Alfons Cervera
Escritor y periodista
Valencia 6 de julio de 2009
Desde hace unos años, el ayuntamiento de Valencia, con su máxima responsable, la alcaldesa Rita Barberá, a la cabeza, se empeña en derribar una buena parte de aquel trazado, sencillamente para lograr lo que entiendo -lo que mucha gente entiende- como una solemne inutilidad: prolongar la Avenida Blasco Ibáñez hasta el mar. Al mar se puede llegar como siempre, por mil caminos: más incluso -le diría yo, a usted- que los que podemos encontrar para llegar a Roma. Sin embargo, a ese equipo de gobierno municipal sólo le interesa ése. Y le importa poco -nada- que en ese esperpéntico proyecto se contemple la destrucción de muchos edificios modernistas (tenga usted en cuenta que el Cabanyal fue declarado en su día Bien de Interés Cultural). Y lo que es peor: que se contemple la destrucción por las excavadoras del tiempo vivido y por vivir a que tienen pleno derecho sus habitantes. Porque el tiempo es lo que somos, querida Ministra, y no lo que nadie nos obligue a ser.
Sacar del barrio a sus gentes de siempre es un añadido -si no la parte principal- del expolio a que quieren condenar al Cabanyal y a su vecindario los planes del ayuntamiento sobre el barrio. Hace unas semanas, tuvimos, quienes seguimos de cerca el proceso, una hermosa sorpresa: el Tribunal Supremo, atendiendo a los múltiples recursos presentados por la Asociación Salvem el Cabanyal, decía que tocaba al Ministerio de Cultura del Gobierno de España decir la última palabra. Esa última palabra era muy sencilla: que el Ministerio que usted preside estudie los informes que existen sobre el conflicto y responda sobre si el plan de intervención del ayuntamiento de Valencia supone un expolio humano y patrimonial para el barrio. Así de sencillo.
La vida -ya se sabe- es estar siempre eligiendo entre un camino, otro y los otros mil que nos salgan al paso. A nosotros nos toca seguir en el tajo de la resistencia para lograr que no se destruyan los cimientos urbanos y sentimentales de un sitio irrepetible en la vida ciudadana. A ustedes, desde el Ministerio de Cultura, estudiar lo que sea necesario acerca del asunto para decidir lo mejor, lo que esté más en consonancia con lo justo y con aquello que podemos tranquilamente llamar dignidad de unas gentes, de una lucha interminable, de unas ideas que hacen grande a quien las utiliza como motor de su propia historia y la de su comunidad de pertenencia.
No hablo por hablar. Como escritor y periodista, como habitante de su hoy y próximo a su historia, me acerqué muchas veces al Cabanyal. Estuve ahí, en ese trazado inmenso, inacabable, de casas y de calles, y decidí que ahí continuaría mientras las excavadoras pretendan hacer de las suyas a las órdenes de un gobierno municipal que suplanta la vida de un barrio por la especulación inmobiliaria. No me invento nada cuando hablo de esa especulación: las hemerotecas guardan una buena muestra de cómo se han utilizado medios mafiosos para que una parte del vecindario abandonara sus casas.
Por eso espero que el Ministerio de Cultura aporte la palabra necesaria para detener el expolio del Cabanyal. Una palabra sólo. Sencilla. Esa palabra que salve al barrio de las excavadoras, que les diga a sus gentes que pueden seguir viviendo donde siempre vivieron, que asegure el tiempo de memoria imprescindible que sirva de referencia a quienes vendrán al Cabanyal de ahora en adelante.
Alfons Cervera
Escritor y periodista
Valencia 6 de julio de 2009
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