JOSEP-VICENT MARQUÉS. Reina, 135. Levante-emv. 04/05/2000

Gracias, doña Lola, por dejarme una silla en la calle de la Reina, número 135. No había seguido la procesión desde que me invitó en 1962 la hija de Ferrer «Paleta» —un recuerdo cariñoso, por cierto—, compañero de mi padre en las filas republicanas. Recordaba la combinación tan cabañalera de sobriedad, silencio y gusto por la belleza y el adorno.

Reina, 135       JOSEP-VICENT MARQUÉS

El día no invitaba al dolor. Un sol espléndido, calor veraniego,  exactamente el clima que desearían los fugados de la ciudad, un poco pesado para quienes no teníamos chalet ni apartamento o teníamos devociones que cumplir, rituales que admirar, algo por lo que luchar o un mucho de todo ello, ¿verdad, doña Lola? Desde las seis había ya gente por el trayecto de la procesión de Viernes Santo.

No sé si hay un dios, una diosa o varias divinidades. Usted, doña Lola, irá al cielo por buena persona y por ser creyente, combativa y tolerante, demócrata como Jesús que tantas veces hablaba delante de todos sus discípulos y no de unos pocos, ni pretextaba para no contestar que había problemas de orden público cuando San Pedro se ponía demasiado bravo. Yo, si hay cielo, tendré que negociar,  enraonar, como se dice en nuestra lengua. Sólo sé que mi silencio durante las cuatro horas de la procesión de Viernes Santo no era sólo respeto a la tradición del Cabañal sino también a la figura de Cristo, el hombre que da testimonio de sus creencias, que no se calla por miedo a Pilatos ni a los fariseos, que da la vida por los demás. Y a su madre, que no intenta nunca apartarle de su camino, que no le dice por qué no miras de colocarte en Tierra Mítica, o «no te signifiques», como se decía,  doña Lola, cuando usted era aún más joven y veía las primeras Semanas Santas Marineras. Respeto a Cristo y a su madre y a todas las mujeres que sufren y pelean desde doña Rigoberta hasta la más anónima de Bosnia a Mozambique.

Gracias, doña Lola, por dejarme una silla en la calle de la Reina, número 135. No había seguido la procesión desde que me invitó en 1962 la hija de Ferrer «Paleta» —un recuerdo cariñoso, por cierto—, compañero de mi padre en las filas republicanas. Recordaba la combinación tan cabañalera de sobriedad, silencio y gusto por la belleza y el adorno. Demasiado tiempo para poder calibrar las diferencias entre la de aquel año y de la de éste. Yo tampoco recuerdo, doña Lola, tal como comentábamos,  qué personaje bíblico era la Celia que desfilaba (me inclino a pensar que Santa Celia era una compañera de martirio de Santa Úrsula, once vírgenes y no once mil como interpretan los curas).

Lo importante es que el año que viene volveremos a ver las procesiones de Semana Santa desde la amenazada Reina, 135, y tendremos al lado a los vecinos también amenazados con perder sus casas, talleres y pequeños comercios y el loro de Andrés y Tina seguirá opinando sobre urbanismo con buen criterio, y Maite y Gabi seguirán ofreciendo arte riguroso y encantamiento de niños en el teatro de La Estrella. Sólo que Tino,  Andrés, Tomás y Paco estarán algo más gorditos al no haber tenido que hacer huelga de hambre para defender el diálogo y la participación ciudadana. Yo, doña Lola, como le dije, llevaré algo de vigilia digno de competir con sus mandonguilles de bacalao, quizás un hígado de rape en all i pebre; en bocadillitos pequeños de la panadería de enfrente del puesto de Manolo y Angelita en el mercado del Cabañal.

… y con el mazo dando.