Miguel Navarro Pérez. Sobre la destrucción de la ciudad y el territorio. Levante-emv. 03/10/1998

EL planeamiento y ejecución de un urbanismo que coordine el crecimiento racional del área metropolitana de Valencia es una necesidad prioritaria y urgente para garantizar una calidad de vida acorde con el derecho de la población actual y, sobre todo, por lo que heredarán las generaciones futuras.

Miguel Navarro Pérez * Sobre la destrucción de la ciudad y el territorio EL planeamiento y ejecución de un urbanismo que coordine el crecimiento racional del área metropolitana de Valencia es una necesidad prioritaria y urgente para garantizar una calidad de vida acorde con el derecho de la población actual y, sobre todo, por lo que heredarán las generaciones futuras. En el presente estamos asistiendo al crecimiento descoordinado de los distintos términos municipales sin una idea de conjunto del territorio, en donde los pilares fundamentales son principalmente dos: la creación de vías de tráfico rodado a diferente escala e importancia, y el beneficio lucrativo que supone la reclasificación de no urbanizable a urbano (o urbanizable) del territorio colindante con los nuevos espacios asfaltados. Es precisamente la consideración actual del suelo como negocio lo que condiciona, por desgracia, mucho del urbanismo actual. A ello se une el concepto equivocado de que el progreso pasa necesariamente por la claudicación del bienestar de los ciudadanos frente al uso irracional del vehículo privado. La imagen de ciudad que tiene la gran mayoría de ciudadanos obedece a una forma de vida urbana que está generada por la prioridad de la dedicación al mundo del trabajo, a sus horarios y necesidades ante una sociedad volcada en la valoración cada vez mayor del libre mercado y la competitividad. A ello se unen los nuevos hábitos de consumo y la presencia constante en los medios audiovisuales de un escaparate cultural de la manera de vivir en los países del mal llamado primer mundo, ajena e incompatible muchas veces con la vida mediterránea. Esta actitud colectiva aleja más al individuo del conocimiento de su patrimonio cultural propio y del territorio en el que se desarrolla su existencia. Con ello se crea una crisis de sensibilidad hacia valores tanto materiales como inmateriales heredados históricamente, que no tienen por qué ser incompatibles con un progreso racional en donde la ciudad moderna puede crecer solidariamente con los centros históricos y las huertas y paisajes periféricos. La actitud liberalista de una Administración que deje exclusivamente en manos de los agentes económicos la evolución y crecimiento del área metropolitana de Valencia propiciará una dirección insostenible de los mismos, pues su fundamento será estrictamente especulativo, primando aquella desdichada frase de que todo campo es un solar en potencia. Esta filosofía va unida a la idea de ciudad que proponen planes generales como el de Valencia, descoordinados de una planificación global del territorio en donde el crecimiento urbano se basa en un gran anillo de tráfico rodado diseñado artificialmente y sin tener en cuenta el medio humano geográfico e histórico que atraviesa, y, por otra parte, se saca de su contexto el planeamiento de los centros históricos. Como si hubiese un borde externo que dividiese drásticamente lo que es ciudad de lo que no lo es, y un borde interno que difiere en tiempo y forma la solución a la problemática real de los barrios antiguos. La evolución de este modelo después de diez años de vigencia nos hace pensar en la necesidad de una revisión e incorporación a un plan que coordine realmente todo el territorio. La fragilidad en la que se encuentra el centro de la ciudad, junto con la destrucción de zonas de huerta y asentamientos históricos clasificados como suelo urbanizable por el plan (v. gr. El Pouet), se añaden a nuevas decisiones, erróneas a nuestro entender, como son la transformación de 700.000 m2 de zona de huerta protegida en zona de actuaciones logísticas del puerto, o la innecesaria prolongación de Blasco Ibáñez sobre una trama urbana única en el mundo como es nuestro Cabañal-Cañamelar, que lleva diez años sin un planeamiento que auténticamente lo revitalice. Y ahora, mientras se hace necesario el mantenimiento del pulmón verde del norte de la ciudad, la huerta histórica que une los términos de Valencia, Burjasot, Godella, Moncada, Alfara y Tavernes, se nos quiere imponer un tercer cinturón y carreteras complementarias que significarían la destrucción de este territorio, la pérdida de un entorno actual privilegiado de Valencia que desearía tener cualquier ciudad y que aquí se lo llevaría por delante para siempre un concepto equivocado del progreso que va sumiendo nuestra existencia en una aglomeración de edificios grises y uniformes rodeados de coches. * Arquitecto.